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El invierno ha llegado a Londres. Magos, brujas y muggles, prepárense; se prevee que el invierno del año 1997 va a ser uno de los más crudos y gélidos de los últimos tiempos. Rescaten del fondo del armario sus abrigos, guantes y bufandas más abrigadas: las van a necesitar.
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Copos de nieve, de nieve copos. El día del mundo blanquecino y la hora del té. {Tab}
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Copos de nieve, de nieve copos. El día del mundo blanquecino y la hora del té. {Tab}
La persona que estaba al lado de ella se movía de manera nerviosa. -Sr. Whitney, tranquilícese. Muchos han llegado como usted y se han ido con las dos piernas que le corresponden-comentó mientras se recargaba sobre la camilla y tanteaba el espacio superfluo en el que debía de estar la pierna del paciente, este chilló pero, más que por dolor, por terror. Un hechizo había rebotado en su pierna vaporizando parte de su tibia, lo que le había dejado un espacio prácticamente hueco en donde debía de estar aquél hueso. No cualquier persona podía de presenciar aquello y permanecer con la misma calma y tranquilidad que aquella sanadora rubia que apuntaba cada dos tantos en su ficha médica. Su paciente era quejumbroso y, a pesar de ello, ella le había intentado levantar el ánimo desde que había llegado a urgencias. Pero no había habido caso. -Si continua resistiéndose me hará hechizarle para hacerle dormir de una vez-comentó la rubia desviando la vista para observarle con su frágil sonrisa a punto de fugarse de sus labios. El hombre chilló y, finalmente, bajo sus hombros. Bella tocó con su varita la zona en que el hueso se había evaporado y el paciente chilló de dolor, posteriormente, se desmayó. -Listo, ahora sí se puede trabajar-chequeó un par de veces la ficha y anoto al final la poción que debían de llevarle al Sr. Whitney para la dolorosa recuperación de su hueso, sin embargo, después de unos días, ya estaría prácticamente nuevo.
-Cambio de hora, Bella-murmuró una muchacha mucho más joven que ella que pasó a su lado con un reloj en la muñeca. -Aun me quedan dos pacientes por visitar-dijo en cambio la rubia aferrándose a las dos fichas que aun llevaba consigo. -Nada de eso, tu turno ha terminado, yo visitaré a los dos últimos pacientes-le contrario mientras le quitaba de las manos las fichas. La rubia comenzó a caminar con ella de manera rápida y ágil por el largo y blanco pasillo de la Cuarta Planta. -Ewood necesita un día más de reposo. Encárgate de que cuando despierte no sepa lo que ha sucedido. Pase lo que pase, no le dejes irse a casa, aun le falta recuperarse y necesito saber como evoluciona de aquí a mañana con sus lesiones-ordenó la rubia mientras se iba desabrochando el delantal blanco para quitárselo. Se lo colgó en uno de sus brazos y se detuvo para observar a la joven que ahora llevaba las fichas. -Etans-indicó la última ficha, la más gruesa. -Tiende a decir lo que piensa, sin colador. No te enojes con él si dice algo-puntualizó antes de girar en redondo y bajar por las escaleras.
El Callejon Diagon no quedaba precisamente a la vuelta de la esquina de San Mungo, sin embargo, para un brujo la distancia era lo de menos. O así lo observaba ella, que, de solo desearlo, podía aparecerse al otro lado de Inglaterra, sin embargo, no necesitaba exagerar demasiado. Únicamente necesitaba aparecer en el Callejón Diagon. El lugar, claro estaba, y dada las circunstancias del día –un día sábado en el que la mayoría de las personas no trabajaban-, no se encontraba tan deshabitado como había pensando al momento de salir del Hospital, sin embargo, necesitaba realizar algunas compras antes de volver a casa y debía de realizarlas aquella misma tarde. El frío del invierno le golpeo de lleno en el rostro cuando salió de una de las tiendas del lugar, la campanilla sonó y su sonido se perdió en la inmensidad del silencio de la tarde cuando se encontraba nevando. Como en aquellos precisos momentos.
Pasó algunas tiendas por alto y no fue sino hasta que pasó por fuera de su favorita que se decidió a entrar. La puerta se abrió con la misma facilidad que siempre había recordado y sonrió a pesar del frío y a pesar de todos los recuerdos que aquél lugar le traían. Se detuvo unos minutos en el mismo umbral mientras observaba el interior, una especie de vacío le cubrió y no se dio cuenta de que alguien más deseaba pasar hasta que esta persona rozó su hombro.
-Cambio de hora, Bella-murmuró una muchacha mucho más joven que ella que pasó a su lado con un reloj en la muñeca. -Aun me quedan dos pacientes por visitar-dijo en cambio la rubia aferrándose a las dos fichas que aun llevaba consigo. -Nada de eso, tu turno ha terminado, yo visitaré a los dos últimos pacientes-le contrario mientras le quitaba de las manos las fichas. La rubia comenzó a caminar con ella de manera rápida y ágil por el largo y blanco pasillo de la Cuarta Planta. -Ewood necesita un día más de reposo. Encárgate de que cuando despierte no sepa lo que ha sucedido. Pase lo que pase, no le dejes irse a casa, aun le falta recuperarse y necesito saber como evoluciona de aquí a mañana con sus lesiones-ordenó la rubia mientras se iba desabrochando el delantal blanco para quitárselo. Se lo colgó en uno de sus brazos y se detuvo para observar a la joven que ahora llevaba las fichas. -Etans-indicó la última ficha, la más gruesa. -Tiende a decir lo que piensa, sin colador. No te enojes con él si dice algo-puntualizó antes de girar en redondo y bajar por las escaleras.
El Callejon Diagon no quedaba precisamente a la vuelta de la esquina de San Mungo, sin embargo, para un brujo la distancia era lo de menos. O así lo observaba ella, que, de solo desearlo, podía aparecerse al otro lado de Inglaterra, sin embargo, no necesitaba exagerar demasiado. Únicamente necesitaba aparecer en el Callejón Diagon. El lugar, claro estaba, y dada las circunstancias del día –un día sábado en el que la mayoría de las personas no trabajaban-, no se encontraba tan deshabitado como había pensando al momento de salir del Hospital, sin embargo, necesitaba realizar algunas compras antes de volver a casa y debía de realizarlas aquella misma tarde. El frío del invierno le golpeo de lleno en el rostro cuando salió de una de las tiendas del lugar, la campanilla sonó y su sonido se perdió en la inmensidad del silencio de la tarde cuando se encontraba nevando. Como en aquellos precisos momentos.
Pasó algunas tiendas por alto y no fue sino hasta que pasó por fuera de su favorita que se decidió a entrar. La puerta se abrió con la misma facilidad que siempre había recordado y sonrió a pesar del frío y a pesar de todos los recuerdos que aquél lugar le traían. Se detuvo unos minutos en el mismo umbral mientras observaba el interior, una especie de vacío le cubrió y no se dio cuenta de que alguien más deseaba pasar hasta que esta persona rozó su hombro.
Isabella J. Johhanssen- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 02/08/2011
Re: Copos de nieve, de nieve copos. El día del mundo blanquecino y la hora del té. {Tab}
Sábado. No había clase, no había deberes y los alumnos que estudiaban eran realmente escasos. Aun más cuando los alumnos podían ir a Hogsmeade. Hacía frío, había nevado, el suelo estaba cubierto de nieve blanca, perfecta y pura. Con una leve sonrisa coronando sus labios la morena miró por la ventana de su despacho como las hileras de alumnos salían atropelladamente por las puertas del colegio para tomar los carruajes, algunos preferían tomar el camino y así andar. Pero algo si era generalizado. Las bolas de nieve y las carcajadas volaban de aquí para allá, también había ya algunos muñecos de nieve decorando alegremente el jardín y otros que se movían tranquilamente ente los alumnos. Viendo la alegría que reinaba casi parecía que no podía haber ninguna otra preocupación que los estudios, podía parecer que no había ningún peligro, que todo estaba en calma. Suspiró contra el cristal viéndose ensombrecida por la preocupación de que pudiera pasar algo. Frunció el entrecejo y se planteó seriamente revocar el permiso que le había pedido a Dumbledore para ir a Londres, concretamente al callejón Diagon quería comprar algunos libros.
Levantó los ojos hacía el reloj. Si seguía entreteniéndose en mirar la inocencia de la nieve y los jóvenes no le daría tiempo a ir a Londres y hacer lo que debía hacer. Con esa pequeña sonrisa impresa en sus labios buscó algo de abrigo para salir de su despacho, dentro de Hogwarts no podía aparecerse. Una pena, pero era una gran medida de seguridad. Caminó por los pasillos y llegó al vestíbulo donde de improviso una fría bola de nieve alcanzó su rostro y parte de su pelo. Tubo un escalofrío y de la nada salieron tres chicos de cuarto con bufandas rojas y amarillas. El arrepentimiento y el miedo se dibujó en sus pequeños rostros – Profesora lo siento yo no… – se excusó uno de ellos retorciendo su bufanda algo preocupado por lo que pudiera pasar. Tabatha esbozó una pequeña sonrisa retirándose la nieve del pelo – Tranquilo señor Clark ha sido mi culpa por pasar sin bandera blanca por un campo de batalla – le guiñó un ojo al chico y otro a sus compañeros que tras él ya tenían bolas preparadas para lanzárselas a traición. El chico protestó y se giró hacia sus amigos – ¡No estaba mirando! – protestó lazándose a por ellos. Tabatha volvió a sonreír y prosiguió su camino, eso sí teniendo mucho cuidado de no ser alcanzada de nuevo por un juego cruzado.
Otro profesor podría haberse molestado, haber restado puntos o incluso haber castigado a esos chicos pero realmente ellos solo jugaban y disfrutaban de su día libre. Al fin y al cabo si cruzas por un cambo de batalla sin mirar alguna bola debe alcanzarte ¿No? Para Tabatha era lo normal así que jamás se molestaría por algo así, aun menos viendo los colores de sus respectivas casas. Le gustara o no todos los profesores tenían preferencias sobre sus alumnos según su rendimiento en clase y la mayoría de las veces según la afinidad de las casas. Desde luego quien había sido Gryffindor siempre lo sería pasaran los años que pasaran, y si no que alguien se lo preguntara a McGonagall. Nadie dudaba que la subdirectora de Hogwarts seguía manteniendo su orgullo de leona a la vista de todos. Al fin llegó a los límites de los terrenos de Hogwarts y con un simple parpadeo desapareció de allí para aparecer directamente delante de la puerta de la conocida taberna del Caldero Chorreante.
Como era habitual estaba muy concurrida de todo tipo de magos y brujas, altos y bajos, gordos y flacos, con verrugas y sin ellas. Algunos eran realmente horrendos y espeluznantes pero para alguien como Tabatha que había pasado por allí miles de veces nada estaba fuera de común. Atravesó aquel lugar para llegar hasta aquel muro de piedra que se abrió ante la clave adecuada. El callejón Diagon se abrió ante ella enorme y tan concurrido como el mismo Cladero. Hacía frío, seguía cayendo nieve suavemente pero entre la gente el frío se notaba menos. Caminó entre las tiendas mirando escaparates, su intención era comprar un libro pero por el camino a la librería algo llamó más su atención. Una cabellera rubia entrando en una heladería que conocía muy, poro que muy bien – Creo que hace mucho frío para comerse un helado ¿No Bella? – preguntó a su espalda esbozando una pequeña sonrisa para cuando se girara.
Levantó los ojos hacía el reloj. Si seguía entreteniéndose en mirar la inocencia de la nieve y los jóvenes no le daría tiempo a ir a Londres y hacer lo que debía hacer. Con esa pequeña sonrisa impresa en sus labios buscó algo de abrigo para salir de su despacho, dentro de Hogwarts no podía aparecerse. Una pena, pero era una gran medida de seguridad. Caminó por los pasillos y llegó al vestíbulo donde de improviso una fría bola de nieve alcanzó su rostro y parte de su pelo. Tubo un escalofrío y de la nada salieron tres chicos de cuarto con bufandas rojas y amarillas. El arrepentimiento y el miedo se dibujó en sus pequeños rostros – Profesora lo siento yo no… – se excusó uno de ellos retorciendo su bufanda algo preocupado por lo que pudiera pasar. Tabatha esbozó una pequeña sonrisa retirándose la nieve del pelo – Tranquilo señor Clark ha sido mi culpa por pasar sin bandera blanca por un campo de batalla – le guiñó un ojo al chico y otro a sus compañeros que tras él ya tenían bolas preparadas para lanzárselas a traición. El chico protestó y se giró hacia sus amigos – ¡No estaba mirando! – protestó lazándose a por ellos. Tabatha volvió a sonreír y prosiguió su camino, eso sí teniendo mucho cuidado de no ser alcanzada de nuevo por un juego cruzado.
Otro profesor podría haberse molestado, haber restado puntos o incluso haber castigado a esos chicos pero realmente ellos solo jugaban y disfrutaban de su día libre. Al fin y al cabo si cruzas por un cambo de batalla sin mirar alguna bola debe alcanzarte ¿No? Para Tabatha era lo normal así que jamás se molestaría por algo así, aun menos viendo los colores de sus respectivas casas. Le gustara o no todos los profesores tenían preferencias sobre sus alumnos según su rendimiento en clase y la mayoría de las veces según la afinidad de las casas. Desde luego quien había sido Gryffindor siempre lo sería pasaran los años que pasaran, y si no que alguien se lo preguntara a McGonagall. Nadie dudaba que la subdirectora de Hogwarts seguía manteniendo su orgullo de leona a la vista de todos. Al fin llegó a los límites de los terrenos de Hogwarts y con un simple parpadeo desapareció de allí para aparecer directamente delante de la puerta de la conocida taberna del Caldero Chorreante.
Como era habitual estaba muy concurrida de todo tipo de magos y brujas, altos y bajos, gordos y flacos, con verrugas y sin ellas. Algunos eran realmente horrendos y espeluznantes pero para alguien como Tabatha que había pasado por allí miles de veces nada estaba fuera de común. Atravesó aquel lugar para llegar hasta aquel muro de piedra que se abrió ante la clave adecuada. El callejón Diagon se abrió ante ella enorme y tan concurrido como el mismo Cladero. Hacía frío, seguía cayendo nieve suavemente pero entre la gente el frío se notaba menos. Caminó entre las tiendas mirando escaparates, su intención era comprar un libro pero por el camino a la librería algo llamó más su atención. Una cabellera rubia entrando en una heladería que conocía muy, poro que muy bien – Creo que hace mucho frío para comerse un helado ¿No Bella? – preguntó a su espalda esbozando una pequeña sonrisa para cuando se girara.
Tabatha M. Strafford- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 01/08/2011
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